martes, 12 de agosto de 2014

Volveremos

- Sabes que odio ese sonido.
- Eso es porque no lo escuchas.
  A nuestro alrededor todo es calma. Lo árboles están tan bien dispuestos que no molestan al horizonte.
  Está todo lleno de barro, pero no importa, el olor a vida, a otoño, compensa las molestias.
  - No deberías haberte traído ese jersey, se te va a manchar y luego lo lamentarás.
  Me dices esto con tu sonrisa de cien metros vallas.
  - Es que el naranja pegaba con las nubes.
  Y es verdad.
  Tiene todos los caminos del mundo cruzados en todas direcciones. Parece que por sus autopistas pelirrojas latiera la propia llama de la felicidad. Eso, al menos, por la espalda.
  En el pecho luce un perezoso jak tumbado pesadamente sobre un pasto ardiente.
  - Deberíamos movernos.
  Y te levantas de un salto.
  Tu ímpetu te ha llevado a untar en rica crema de lluvia tus converse de niña viajera.
  - ¡No! Ahora iré con los pies mojados toda la tarde.
  El anterior cometa de leche que surcaba tu rostro es ahora un mohín de disgusto infinito.
  - Llévame en tu espalda.
  ¿Cómo voy a negarme?
 
  Tienes el pelo mojado y me resbala, juguetón, por el cuello.
  - Leo, ¿a dónde me llevas?
  - A una conferencia sobre neurotransmisores.
  - Qué tonto eres.
  Noto como tu sonrisa quema mi hombro.
  Qué gusto da ser tostado en semejantes brasas.
  En el parque hay un viejo roble doblado por la pena.
  Como debajo hay hierba seca aparcamos al lado.
  Cojeando llegas hasta el pie del árbol, te sientas y me indicas que me acerque.
  - Gracias por traerme.
  - Gracias por mirarme.
  Al irnos dejamos una ofrenda.

  Tú dejas tus cascabeles, yo un hilo de fuego y un "volveremos".

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